jueves, 5 de abril de 2012

CRECER COMO PERSONA


El crecimiento personal se produce cuando dejamos atrás las conductas infantiles e ingresamos en la madurez espiritual, lo que nos permite gozar de salud mental y estabilidad emocional. Para que esto pueda ser alcanzado, son necesarias ciertas condiciones. la primera de ellas es tener una percepción correcta de la realidad, dado que ello condiciona nuestras emociones y acciones. Debemos mantenernos en contacto con la realidad y estar seguros de que nos damos perfecta cuenta de lo que está ocurriendo, porque suele suceder que nos engañemos, creyendo ver lo que no existe.
En segundo lugar, tenemos que asegurarnos de ver también bajo una perspectiva correcta nuestro pasado, dado que muchas veces la manera con que encaremos el presente depende de cómo interpretamos nuestro pasado. si guardamos rencor hacia otras personas o nos odiamos a nosotros mismos por hechos que sucedieron en el pasado, debemos superar esta situación antes de poder afrontar el presente con optimismo. Tampoco debemos dejar que el hecho de que en el pasado hayamos fracasado en algo, nos haga pensar que eso nos convierte en fracasados para toda la vida.
En tercer lugar, debemos contar con un sistema de valores actualizado de acuerdo con la realidad presente de nuestro ambiente y de nuestro yo interior. es común que el sistema de valores que nos inculcaron en nuestra infancia quede desactualizado a medida que las circunstancias exteriores cambian, así como también lo hace nuestra personalidad. En el primer caso tendremos conflictos con el medio y en el segundo, conflictos internos entre lo que nos enseñaron y lo que ahora pensamos. Debemos contar con un sistema de valores flexible, que se modifique a medida que avanza nuestro crecimiento y se modifica nuestro entorno.
Cada uno de nosotros rige sus acciones por un sistema de valores. un valor es una cualidad que tiene una cosa, que hace que tal cosa sea deseable para el ser humano. Podemos decir que el valor existe en relación con una persona y que distintas cosas pueden tener distintos valores para distintas personas. Al hablar de sistema de valores, damos a entender que los valores de las cosas se ordenan de cierta manera tal que hay algunas cosas que tienen más valor que otras. a su vez, del sistema de valores se deduce un conjunto de reglas que nos dicen lo que es bueno y lo que es malo.
Este sistema de valores es utilizado en cada circunstancia en la que sea necesario tomar una decisión. Nos proporciona una idea de lo que es deseable y lo que no lo es, teniendo en cuenta la circunstancia en que nos encontramos, dado que una determinada acción puede ser indeseable en cualquier caso o puede serlo en un contexto determinado.
El sistema de valores de una persona se genera principalmente por la acción de los padres, y secundariamente, por acción de la sociedad (amigos, escuela, etc.). Los padres son los principales encargados de transmitir los valores a las nuevas generaciones. Ellos tienen la mejor oportunidad para hacerlo, dado que pueden influir sobre la persona en sus años infantiles, cuando carece de la capacidad de criticar. la capacidad de crítica solamente puede aparecer cuando la persona ha reunido una suficiente cantidad de experiencias como para poder efectuar comparaciones. los niños carecen de esto y por lo tanto tienen que aceptar como bueno todo lo que le transmiten sus padres. esta transmisión es verbal y no verbal, está dada por palabras, gestos, actitudes y por la simple presencia de los padres tal como son.
A medida que el niño crece, va teniendo experiencias y conoce otras realidades. Asiste a la escuela, conoce a otros niños, y ya no escucha una sola campana, la de los padres. Ahora tiene la posibilidad de criticar los valores recibidos de los padres, basándose en que hay gente que tiene otra opinión, o que lo que comprueba en la realidad no ratifica lo que le han dicho los padres. como es una posibilidad, puede ser utilizada o no.
El resultado final es que los valores con los que nos manejamos son una mezcla particular de los valores de la sociedad en general, de una clase social, de la ciudad en que nacimos, del vecindario en que nos criamos, de la familia a que pertenecemos, y nos corresponde a nosotros desentrañar esa mezcla, y estar dispuestos a cambiarla durante toda nuestra vida, si queremos crecer espiritualmente.
Ciertas características distinguen a la persona que ha alcanzado la madurez espiritual:
La persona madura reconoce que lo que le ocurre y lo que tiene es a causa de sus propios actos y decisiones, hasta donde ello es posible, porque hay sucesos que escapan a nuestro poder, y que, sin embargo, influyen en nosotros. el crecimiento comienza por dejar de echar a los demás la culpa de todo lo que nos pasa, y empezar a asumir nuestra parte de responsabilidad en nuestro destino.
La persona madura es consciente de sí misma y de su circunstancia. o sea, se percata de lo que ocurre dentro y fuera de sí misma. al mirar dentro de sí misma, lo que se conoce como introspección, puede saber cuáles son las reacciones que le provoca el mundo exterior. puede saber si le agrada o no lo que está sucediendo, y determinar si debe obrar o cambiar la manera en que está obrando. al enterarse de lo que ocurre fuera de sí, puede ver si sus acciones tienen o no el resultado que pretende, y corregirlas de manera adecuada.
La persona madura es disciplinada, sabe que no se puede dejar dominar por la pereza, que es la inclinación a seguir el camino del menor esfuerzo, a dejar todo como está. El cambio exige esfuerzo, y ese esfuerzo debe ser constante, no esporádico. la pereza tiende a hacernos desistir del esfuerzo o a dejarlo para más tarde. la disciplina es lo que nos permite seguir esforzándonos continua y regularmente, en la certeza de que el esfuerzo al final tiene su recompensa.
la autoestima
Aunque a menudo se nos repite que debemos amar a nuestros semejantes, no se insiste en igual medida en el amor a nosotros mismos. En la práctica se comprueba que muchos de los seres humanos no se aman a sí mismos. Cuando no nos amamos a nosotros mismos, se dice que tenemos una baja autoestima, es decir, que no nos estimamos lo suficiente. en un caso extremo, puede llegar a ser que nos odiemos.
Los casos de baja autoestima se suelen deber a que nos imponemos reglas que no condicen con la realidad. Pretendemos ser perfectos, no cometer errores, tener solamente buenos sentimientos, cuando éstas no son cualidades del ser humano. todos los seres humanos somos falibles, podemos cometer errores y, en ocasiones, tenemos sentimientos negativos como odio o rencor. Pretender lo contrario sería irreal. Entonces lo que tenemos que hacer es cambiar las reglas mediante las cuales nos juzgamos, hacerlas más compatibles con la realidad.
También puede ser que nos culpemos por hacer cosas que no muestran lo mejor de nosotros mismos, o por dejar de hacer otras cosas de las que, en nuestro fuero íntimo, sabemos que somos capaces. Entonces tenemos que modificar nuestros actos, de acuerdo con nuestras convicciones y siempre tratando de dar lo mejor que tenemos.
Estos conflictos internos se manifiestan ya sea de manera física o de manera espiritual. en el plano físico, suele ocurrir que padezcamos las llamadas enfermedades psicosomáticas: hipertensión, eczemas, dolores musculares, etc. en el plano espiritual experimentamos aburrimiento, depresión, problemas en las relaciones sociales y familiares.
Puede ocurrir que la razón de nuestro disgusto con nosotros mismos provenga de hechos pasados, acciones que hemos realizado y de las que no estamos satisfechos. Nos culpamos permanentemente de lo que hicimos, cuando la actitud correcta es reconocer que el pasado no se puede modificar y que a través de nuestra culpa no vamos a solucionar nada. lo que debemos hacer es reconocer que lo que hicimos, fue porque en ese momento no teníamos otra opción y prometernos tratar de que no vuelva a suceder. y si volviera a ocurrir, sería solamente señal de que nuestro crecimiento todavía no ha terminado, y no una indicación de que estamos condenados a repetir eternamente la conducta errada. Debemos aceptarnos con nuestras virtudes (entre las cuales se incluye la voluntad de crecer) y nuestros defectos (entre los cuales está el de que todavía no he crecido del todo).
Si te amas a ti mismo, te das el valor que mereces. Te reconoces por lo que eres: un ser humano que puede tener sus defectos, pero que también puede luchar para corregirlos. Como ser humano eres perfectible, puedes mejorar, puedes aprender a controlar tus emociones, puedes llegar a sentir las emociones desagradables sin que ellas te dominen. Tener amor a ti mismo es saber aceptar las emociones desagradables porque ello permite sentir las agradables. Es darte el derecho a poseer emociones agradables, lo cual es lo opuesto de pensar que no tienes ese derecho, como cuando padeces de baja autoestima.
Si al mirarnos a nosotros mismos lo hacemos con objetividad, y al evaluarnos tenemos en cuenta las razones que han motivado nuestros actos, tendremos un concepto de nosotros mismos más acorde con la realidad, y estaremos en condiciones de mejorar nuestras acciones y evitar los conflictos que surgen de nuestras divisiones internas.
El control emocional
Las emociones (también llamadas sensaciones o sentimientos) se pueden clasificar a grandes rasgos en dos grupos: placenteras o no, agradables o desagradables, según que nos produzcan placer o dolor. Podemos sentir una emoción como resultado de un estímulo del medio ambiente. Si esa emoción será agradable o no, dependerá de mis experiencias pasadas. Supongamos que atravieso por una experiencia que nunca tuve antes: por ejemplo, bucear. Puede ser que lo haga en una situación placentera, como ser unas vacaciones, acompañado de personas de cuya compañía disfruto, y bajo el control de un instructor que ha sabido infundirme confianza. Entonces será una experiencia placentera. Ahora supongamos un entorno diferente: que he sido llamado contra mi voluntad a prestar servicio militar y que el buceo forma parte de la instrucción que he de recibir. Estoy rodeado de gente a la que no conozco y con la cual no tengo afinidad, y el suboficial que dirige la práctica no se caracteriza por su paciencia ni su tacto. Es muy probable que el buceo me resulte una experiencia desagradable.
Aunque una sola experiencia no suele formar una asociación fuerte, supongamos en este caso que así sea. A partir de ahí, cada vez que cruce por mi mente la idea del buceo, ya sea porque surja en una conversación o lo vea en una película, experimentaré una sensación de placer o displacer. Con más razón, si la experiencia ha sido repetida varias veces. Esto es lo que constituye el aprendizaje emocional.
en realidad, el proceso es más complejo: hay dos factores de son de gran importancia para el establecimiento de la asociación. El primero es la repetición: la cantidad de veces que se produce la experiencia acompañada de la misma emoción. el segundo factor son las expectativas, es decir, la idea que tengo sobre lo que me depara el futuro. Cuando estoy por atravesar una experiencia, tengo expectativas sobre cuales serán los resultados de esa experiencia. Entre esas expectativas estará la de si la experiencia será agradable o desagradable: es lo comúnmente se llama prejuicio, o sea un juicio previo. Antes de que ocurra el hecho, ya estoy haciendo un juicio sobre cual va ser el resultado, bueno o malo.
¿Cómo puedo controlar mis emociones? en primer lugar, a través de la introspección, debo enterarme de cuales son las emociones que siento. Esto, que parece tan sencillo, en algunos casos no lo es. Tenemos la capacidad de disimular nuestras emociones, de ocultarlas, aún para nosotros mismos. De hecho, hay algunas personas que hacen esto constantemente. De estas personas decimos que están alienadas o aisladas de sus emociones. lo primero que deben hacer es ponerse en contacto con sus emociones, y para ello se debe aplicar el razonamiento. ¿Porqué están bloqueadas las emociones? si fueran emociones placenteras, no habría razón para ignorarlas. Partiendo de que el hombre toma decisiones racionales, concluimos que ha decidido aislarlas en razón de que son emociones dolorosas. Pero esto tiene un subproducto indeseable: no es posible aislar una clase de emociones, por lo que al aislar las emociones dolorosas, también aislamos las placenteras. si esto no fuera así, tendríamos que observar que la persona que ha conseguido aislar sus emociones dolorosas es la más feliz, pero la observación nos indica que esto no ocurre en la realidad.
La causa de que una persona decida aislar sus emociones dolorosas es porque la persona ha decidido que no puede soportarlas. El remedio consiste en hacerle ver que sí lo puede y que las consecuencias no son tan desastrosas. la razón por la cual la persona considera que no está capacitada para soportar las emociones dolorosas tiene que ver con la autoimagen y la autoestima de la persona. por ejemplo, si me he dado cuenta de que una determinada circunstancia me provoca emoción y esto va en contra de mi autoimagen, puedo decidir ocultar la emoción para mantener mi autoestima.
En resumen, lo primero que debo hacer es identificar las emociones que me producen los hechos. el segundo paso es cambiar las asociaciones, si no son las adecuadas. este proceso no será fácil, dado que las asociaciones se han ido construyendo a través de toda una vida y de reiteradas experiencias. Además será un proceso doloroso, dado que debo abandonar esquemas de pensar y de sentir, es decir conductas que he usado durante mucho tiempo, y que resulta doloroso perderlas, por más nocivas que hayan sido. Por lo tanto, debe ser un proceso gradual, que vaya de a poco abarcando terrenos más extensos, es decir, experiencias más profundas. Aunque no debemos esperar cambiar de un día para otro, el resultado será que nos convertiremos en amos de nuestros sentimientos, y así habremos alcanzado el equilibrio emocional.

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