domingo, 25 de marzo de 2012

Vivir en la Luz.



La persona más pobre en cosas exteriores puede ser la más rica interiormente. Sólo es necesario que viva espiritualmente y no se deje llevar por deseos insignificantes que no tienen ningún valor real. Aunque parezca incoherente, cuando Dios quiere hacer a una persona espiritual empieza por vaciarla, pero lo hace como quien saca de un bolso las monedas de cobre para llenarlo luego con monedas de oro. Dios le da la luz de la consciencia y la desprende de su egolatría, la deshincha de lujuria, soberbia y de vanidad y, cuando el egoísmo sale por la puerta de atrás, la consciencia y el amor entran por la puerta principal. Cuando el corazón se llena del amor de Dios se siente a la vez el más puro y más tierno amor humano. Si una persona espiritual, evolucionada y superior encontrara en su corazón una sola fibra que no perteneciera a Dios obraría inmediatamente de la manera más adecuada.

Dios ha creado tanto el cielo como la Tierra. Pero muchas sectas dan un valor infinitamente menor a la Tierra que al cielo. Nunca insistiremos bastante en que no es lícito ni adecuado despreciar el valor de este mundo en favor de una dimensión que normalmente se desconoce. Las extravagancias no conducen a nada útil, y si hay terreno en el que puedan nacer con facilidad es en donde crece la “religión”. Por eso las personas espirituales no suelen chocar demasiado con los prejuicios de su época y se convierten así en los mayores bienhechores de la humanidad.

No se deben imitar las extravagancias, aunque las aconsejen determinadas personas. El buen sentido dice que no se tienen que pretender capacidades extrasensoriales ni carismas especiales, que Dios concede a quien quiere y como quiere, sino que cada uno debe tratar por todas sus fuerzas de ser plenamente conscientes en todos los momentos de su vida, obrar siempre en justicia y permitir así que nazca una virtud fuerte y flexible como el acero, sólida como el granito, valerosa y digna de un soldado espiritual. Pero además amable, simpática y atrayente como todas las cosas bellas y buenas.

Es un gran error imaginarse que fuera de los muros de los monasterios pertenecientes las diferentes sectas todo es mundo, egoísmo y deseos materiales, y que dentro de ellos todo es cielo, amor y bienestar. No se debe considerar ni elogiar tanto a las comunidades religiosas ni a los lugares destinados a la oración o a la meditación, ni pensar que éste género de vida no tiene sus grandes inconvenientes y miserias. Muchos alaban esa forma de vida y seducen a otras con sus palabras, pero pronto se descubre la verdad de las cosas y entonces llega el desengaño y, muchas veces, la amargura.

Es necesario tener un concepto claro, una idea lo más exacta posible de lo que debe ser la persona espiritual. Una persona espiritual es aquella que vive de la manera más consciente que le permiten sus facultades y obra siempre de la manera más adecuada. Pero sin un corazón lleno del amor de Dios toda “espiritualidad” se vuelve estéril y deslucida, se convierte en negación y en hipocresía, daña más que aprovecha, fracasa y acaba por hundirse en la corrupción.

La espiritualidad tiene muchas formas de concretarse en la vida cotidiana, pero no todas sus formas convienen por igual a todas las personas. Cada uno debe adoptar inteligentemente la forma objetiva que sea conforme a su vocación y a sus circunstancias. La espiritualidad no consiste en el cumplimiento riguroso de ciertas normas, “el hábito no hace al monje”.

Es un gran error pensar o decir que la vida espiritual es incompatible con la vida del militar, con la habilidad del diplomático, con las ceremonias del cortesano, con los sudores del trabajador o con las intimidades de la familia. La espiritualidad debe iluminar, como lo hacen los rayos del sol, tanto los palacios de los reyes como los hogares más humildes.

La espiritualidad no consiste en la austeridad de los alimentos, ni en la sencillez o elegancia de los vestidos, ni en lo religiosa que pueda parecer alguien, ni en lo cuantioso de las limosnas que se puedan dar, ni siquiera, aunque suene a paradoja, en la frecuencia de las visitas y retiros a los lugares de oración y meditación. La espiritualidad consiste en ser conscientes y en obrar de forma adecuada. Todo lo demás es accesorio y superficial. Si alguien concibiera de otra forma la espiritualidad, además de concebirla de un modo imperfecto, se haría ridículo y dejaría de obrar todo lo adecuadamente que debiera.

Este error es más frecuente de lo que se podría imaginar, y causa verdaderos estragos en medio de las personas que no saben distinguir entre la verdadera espiritualidad, que es una subida a las cumbres más altas de la nobleza y de la perfección humana, y el tumor maligno y egoísta que suele crecer en el interior de la mística y de la religión. Vivir espiritualmente supone permanecer en un estado interior de consciencia y de amor plenos que se concreta en obras adecuadas; consciencia, amor y obras que vienen de Dios y que son el fundamento de toda virtud. Con esto no pretendemos condenar, muy al contrario, algunas formas de vida y algunos procedimientos que cada persona debe practicar según su vocación personal.

Las mayores dificultades se llevan en el interior. Todas nuestras obras, sin el espíritu de Dios, son como la nada de una cueva oscura, pero extraviarnos en planos internos supuestamente “espirituales” también significa perderse. La espiritualidad que se reduce a experiencias interiores se hunde y las obras sin consciencia ni conocimiento provocan injusticias.

Existen personas espirituales, llenas de amor y virtuosas, en medio del ambiente frívolo del mundo. Ellas se conservan limpias e intachables, se semejan a aquellos insectos que vuelan alrededor de la llama y no se queman nunca. Pero lo más normal es que se encuentren, tanto en los individuos como en los grupos que éstos forman, tumores espirituales que intentan devorar el alma. Estos son los diferentes egos, como la envidia, la lujuria o la ira, que anidan en su interior. Pero ni tenemos que permitir que sucedan ocasiones peligrosas en las que puedan vencernos estos egos, ni es lícito seguir a estas impurezas del alma cuando surjan en nosotros, de ningún modo. Un miembro gangrenado debe cercenarse, un cáncer o se extirpa o acaba con el enfermo. De la misma manera en que hay casos en los que la cirugía es una verdadera necesidad, así también hay que extirpar del alma, con firmeza y sin contemplaciones, todos estos monstruos, y la única forma de eliminarlos es dejar de alimentarlos.

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